Tierra

¡Hola!

Acá estamos Mafe y Yema en este nuevo post mensual escribiendo sobre lo que nos inspira y enseña el proyecto. El año pasado arrancamos con la idea de escribir sobre los cuatro elementos según la filosofía natural griega: agua, tierra, fuego y aire. Habíamos comenzado con el agua y este año, después de distraernos con otros temas, decidimos retomar la publicaciones inspiradas en los elementos continuando con la tierra.

Hay algo que hace del suelo algo menos conspicuo que otros recursos. No hace parte de las grandes conversaciones sobre cambio climático, pérdida de biodiversidad y ni siquiera es parte del marco de referencia sobre límites planetarios. Sin embargo, virtualmente toda la producción de alimentos del planeta depende del suelo1. Tenemos varias teorías sobre la indiferencia general frente al suelo, pero la que más nos resuena es que está asociado con procesos de muerte y decaimiento, untarse las manos de tierra es “estar sucio”. El suelo es lo que está bajo nuestros pies, literalmente es lo que pisoteamos y algo que pisamos no tiene, en nuestro imaginario, valor alguno. En cierta forma, es una relación muy parecida a la que tenemos con la ‘basura’ y cómo con los desperdicios, ser indiferentes a este valioso recurso es tan peligroso como ser indiferentes frente ante la triple crisis. Lo cierto es que todas estas grandes crisis están interconectadas y no se puede abordar una sin las otras. Por esto queremos compartir nuestra experiencia con la tierra, lo que vemos cuando cavamos y lo que crece sobre ella, su textura, sus colores y olores.

Todo lo que sube tiene que bajar… para volver a subir.

En general hemos sido educados para mirar a los cielos y aspirar al ascenso. Se nos va la vida mirando a las estrellas y buscando la trascendencia allá arriba. Algo que olvidamos en esta aspiración por el ascenso es que para elevarse se requieren unos buenos fundamentos. Si miramos con atención hacia abajo podemos encontrar otro universo allí, mucho más al alcance de nuestras manos.

Si estamos en la ciudad habrá mucho pavimento y concreto, pero también uno que otro parque por ahí cubierto de césped, con suerte algunas flores o aromáticas y uno que otro árbol. Si tenemos la fortuna de contar con un jardinero perezoso, veremos hojarasca alrededor de los árboles y, con más suerte aún, la cabeza de un hongo sobresaliendo. Tarde o temprano, el árbol que se elevó lentamente durante 100 años caerá, igual que las aves que anidaron en él y la ardilla que trepó por su tronco y se alimentó de sus semillas. Hay algo clave en este proceso de ascenso y caída: el suelo no solo es sustento sino uno de los grandes catalizadores en el ciclo de la vida.

Este proceso es más evidente en un bosque nativo en proceso de restauración. Si observamos con curiosidad veremos hierbas, semillas germinando, plántulas, ramas recién caídas, líquenes, bromelias u orquídeas derribadas por la lluvia, flores silvestres, hojarasca en descomposición, frutas, cucarrones, madrigueras, abejas, hormigas, hongos, saltamontes, ratones de campo, aves semilleras, heces de animales y muchos otros elementos más. Es como si la vida estuviera “allá abajo” en revolución.

Todos ellos contribuyen de una u otra forma a reciclar y enriquecer el material orgánico e inorgánico que “cae” al piso triturándolo, descomponiéndolo y convirtiéndolo en compuestos que puedan ser usados por plantas y otros seres y así cerrar el ciclo. En este frenesí es difícil distinguir dónde termina la tarea de un organismo y dónde comienza la siguiente; ni qué decir de la lluvia y el viento que erosionan rocas transportando minerales y otros nutrientes que se entremezclarán con este caldo de cultivo para crear un ambiente rico y único. No por nada se considera al suelo como uno de los ecosistemas más biodiversos del planeta2, conteniendo hasta un 25% de ésta3. Cabría preguntarse entonces si al hablar de diversidad, no deberíamos incluir en la ecuación a la humilde y menospreciada tierra.

Un recurso renovable

Todo este dinamismo le haría a uno creer que, al ser un recurso que se renueva constantemente, no deberíamos preocuparnos mucho por la erosión acelerada causada por los humanos y la consecuente pérdida de suelo. Al fin y al cabo, sólo es cuestión de sembrar unos arbolitos, instalar un sistema de riego, tirar compost y en unos meses o años toda esa diversidad volverá. La realidad no es tan simple. Según estudios de la FAO4 el suelo superficial (la capa superior de tierra) se genera a una lentísima tasa de 0.25 a 1.5 mm por año. Como dicen algunos científicos, es casi un recurso no renovable y una vez se ha perdido esta capa de cobertura superficial, puede tomar varias décadas, mucho dinero y bastante trabajo restaurarla. Podríamos entonces en algún momento caer en la misma trampa de la tecnologías de captura directa de carbono, que prometen engullirse el carbono del aire directamente a un costo energético astronómico.

Para el caso particular de Yátaro, tuvimos la suerte de que a pesar de haber sido utilizado como potrero para ganado lechero, el suelo no estaba tan compactado. Esto sumado a que hace varias décadas no había producción agrícola con agroquímicos evitó que tuviéramos que emprender un tortuoso trabajo de restauración de suelo. Otros amigos menos afortunados han tenido que ponerse en una tarea que puede tomar años (pueden ver el arduo trabajo de los chicos de Vamos Pal Campo) para recuperar su terreno y poder sembrar una huerta.

Aquí queremos aclarar que no somos anti-agricultura, ni anti-ganadería: también vamos al mercado y compramos productos de la tierra. Por eso mismo nos preocupa llegar a un punto de no retorno en el cual no haya tierra fértil para alimentarnos. Es entonces crítico estar abiertos a otras formas de producir nuestros alimentos porque la solución no es fácil ni obvia, pero resignarse al problema tampoco es opción. Para los que están en Bogotá La Canasta es una de varias opciones de consumo alternativo.

Geosmina

Cuando llegamos a la reserva hace un par de años nos enfrentamos a un pequeño reto ¿qué hacer con los residuos orgánicos? Estamos en un lugar remoto donde no pasa el camión de la basura y no queríamos guardarla durante varios días para luego llevarla a otro lugar donde pudiéramos disponer de ella adecuadamente. Pensamos en usar lombrices o compost tradicional, pero los cambios de humedad y temperatura entre verano e invierno nos obligaban a tener una infraestructura y una logística complejas. Luego de investigar un poco encontramos una solución que nos facilitaba la vida y no requería mayor esfuerzo o infraestructura: un tambor compostero. No sabíamos si iba a funcionar y hasta hoy nuestro compost no es el más bonito. Aún debemos trabajarle a los tiempos, proporciones entre carbono y nitrógeno, y la fineza de los insumos, pero lo que si hemos logrado es usar el compost exitosamente para abonar el bosque comestible. Cuando comenzamos a usar el tambor no sabíamos muy bien cómo determinar si el proceso estaba funcionando. Habíamos leído que la temperatura es una forma de medir la actividad orgánica de la compostera, pero con el clima cambiante era difícil saber si estaba funcionando. Algo que nadie o casi nadie explica es que en la medida que la materia orgánica se “degrada” en la compostera, su olor tiende a ser muy parecido al de la tierra negra. Fue así como supimos que el proceso estaba funcionando, nuestra nariz nos decía que si olía a tierra mojada, las cosas iban por buen camino.

La compostera de tambor. Un invento práctico para los que no tenemos tiempo para palear el compost.
La compostera de tambor. Un invento práctico para los que no tenemos tiempo para palear el compost.

Este olor tan característico se llama geosmina y es producido por algunas bacterias, cianobacterias y hongos que se encuentran en la tierra y que ayudan en el proceso de reciclaje de material vegetal. Algo interesante sobre la geosmina es que desde la mosca de la fruta hasta los humanos, pasando por los camellos, detectan su “olor”5. Esto dice mucho del vínculo común que los animales, no sólo las plantas, tenemos con la tierra.


Hay algo sobre la tierra que debemos hacer consciente: ella no sólo es la base de nuestros alimentos sino que vivimos sobre ella la mayor parte de nuestras vidas. Es, en pocas palabras, el sustento de nuestra especie.


Como siempre, nos gustaría saber de ustedes ¿Qué quisieran que les compartamos en nuestros próximos posts?

Abrazos desde la montaña y gracias por leernos.


1 Kopittke, P. M. et al. Soil and the intensification of agriculture for global food security. Environ. Int. https://doi.org/10.1016/j.envint.2019.105078 (2019).

2 Unearthing the Soil Microbiome, Climate Change, Carbon Storage Nexus, https://asm.org/Articles/2021/May/Unearthing-the-Soil-Microbiome,-Climate-Change,-Ca

3 FAO et al. State of knowledge of soil biodiversity - Status, challenges and potentialities (2020).

4 Agro-Ecological Land Resources Assessment for Agricultural Development Planning. https://www.fao.org/4/t0733e/T0733E06.htm

5 https://es.wikipedia.org/wiki/Geosmina